miércoles, 4 de diciembre de 2019

¿Como se traduce "bollo" al catalán?


Hoy Optimot, el servicio de consultas lingüísticas de la Generalitat,  me ha fallado. Sin duda.*
 

Recientemente he visitado el pueblo donde nacieron mis padres, que se encuentra en el Valle de los Pedroches.

Fue casarme y tener hijos y pasaron veinticuatro años sin ir.
Esta vez he ido acompañada de mi hija. Quería que conociera la familia cordobesa, y también los orígenes de sus abuelos, ahora que ya no los tenemos entre nosotros.

Cuando yo era pequeña me encantaba ir al pueblo por Navidad. Salíamos de madrugada desde Playa de Aro. El trayecto en coche duraba unas 18 horas. Mi madre preparaba la cama para nosotras las niñas en los asientos de atrás del coche: rellenaba el espacio de los pies con maletas, colocaba una manta encima de todo, y mi hermana y yo dormíamos plácidamente en aquel colchón improvisado. Ríete tú ahora de las sillitas de seguridad para niños en los coches!.

El sonido de la radio del coche nos despertaba a media mañana: aquel catalán tan extraño, según mi opinión de niña perqueña, que emitía la radio, tan diferente del mío, junto con los campos de naranjos que veíamos por la ventana del coche, nos indicaba que ya estábamos en Valencia. Allí mismo, entre naranjos,  plantábamos el mantel para comer. Mi madre había preparado la "merienda" de la que nunca faltaba el termo de café. Mi padre aprovechaba para coger algunas naranjas de los árboles.Ni que decir tiene que mi madre se enfadaba mucho y discutían entre ellos. Las niñas conforme nos hicimos mayores le suplicábamos a mi padre que no lo hiciera. Yo tenía autentico pánico a que saliera el amo de los naranjos y le pegara un tiro con la escopeta, como en las películas. Pero mi padre no atendía a razones: él era como Ulises, y las naranjas sus sirenas particulares. Mi padre, que había sufrido hambre y miseria en la infancia, no consideraba tan grave robar cuatro naranjas. Con los años esta anécdota ha pasado a formar parte de las historias del abuelo que nos provocan risa y ternura cuando las explicamos. Aquellas naranjas seductoras actualmente están muy protegidas por una valla y no se comen en España, sino que se exportan. No puedo menos que decir que en el fondo se lo agradezco a mi padre: eso que tenemos.

Llegábamos al pueblo por la noche a través de una carretera oscura y solitaria. El último pueblo antes del nuestro lo dejábamos atrás a muchos quilómetros de distancia. Nuestro coche era el único que transitaba a esas horas por aquellos campos. Ahora le llaman a esa zona,  espacio protegido de contaminación lumínica. A mí me daba miedo que el coche no pinchara una rueda y nos quedáramos solos en medio de la oscuridad.

Nos recibía la hermana de mi madre, la única de los siete hermanos que quedaba en el pueblo,  su marido, y los primos.  Las dos hermanas se abrazaban y lloraban de emoción. Inevitablemente mi padre se enfadaba siempre con aquellos lloros que no entendía. Según él, se trataba de un momento de celebración. Yo entonces no lo sabía, pero con el tiempo he asumido que no lo era exactamente: había toda la tristeza de dos hermanas separadas a mil quilómetros de distancia. 

Y qué comidas tan buenas preparaban  mi madre, mis tías y mi abuela materna durante aquellas  vacaciones: pavo frito,  jabalí y liebre de los que cazaba mi tío, lechón (lechoncito), torreznos, bacalao rebozado, morcilla hecha en casa. Y qué dulces tan diferentes de los de Cataluña: bollos, roscos con azúcar, perrunas, flores o cagajones. A mí lo que más me gustaba eran las migas tostàs. Y qué no diríamos del pan andaluz que íbamos a comprar  a la casa/panadería de al lado, con un olor a harina que nunca he olvidado.

Ahora, en pleno siglo XXI, mi hija y yo hemos llegado al pueblo en el tren de alta velocidad, el AVE, directas y propulsadas desde Girona. El pueblo cuenta ahora con una estación del tren modernísima, en medio de la campos de olivos y encinas. Parecía una película de ciencia ficción, mi hija y yo solas en el andén de la estación de tren futurista, vacía, y también de noche, como en otros tiempos. Pero allí se encontraban mis tíos dispuestos a recogernos, los mismos que nos recibían en aquellas Navidades de hace tantos años. Y yo, hija de mi madre, he derramado las mismas lágrimas, mezcla de tristeza por los que no están, y de alegría, y nuevamente incomprendidas, esta vez por mi hija, que es digna nieta de su abuelo.

Otras dos hermanas de mi madre, de los cinco que emigraron a Cataluña, también se encontraban de vacaciones esos días con mis tíos. La casa de mi tía se ha llenado de mujeres alegres: aquello parecía un aquelarre de brujas, donde había un solo un hombre, mi tío, al cual las cinco mujeres le hacíamos ir arriba y abajo a nuestro antojo. Nunca se quejó y siempre tuvo una sonrisa para nosotras.

No os podéis imaginar qué ha significado por mí volver a saborear nuevamente todos aquellos platos preparados por mis tías. Ahora que mis padres no pueden cocinar para mí, he vuelto a reencontrar los olores y los sabores de aquellos tiempos de felicidad, cuando yo no era huérfana. Mi cerebro ha funcionado perfectamente conectando con cada plato que me comía, las escenas y recuerdos de mi niñez. Así ha sido ciertamente.

Estos días también he podido visitar a la única hermana viva de mi padre, de más de noventa años, que me ha reconocido solo verme entrar por la puerta. He descubierto que las primas que dejé  jovencitas y niñas, ahora alguna se ha convertido en abuela, y otras están muy ocupadas, en plena vorágine de tener niños pequeños y trabajar. Tengo primas que montan empresas de pasteles, primas que el día de su boda no aceptan regalos si no son para una asociación de los sin techo, primas que te cuidan y te enseñan los rincones de Córdoba cómo si te hubieran visto el día de ayer.

Sí, también hemos visitado Córdoba para poder reencontrar al otro hermano de mi madre que vive allí. Toda la familia nos ha tratado cómo si fuéramos de la realeza. Mientras atravesábamos el puente romano sobre el Guadalquivir, mi tío me señaló al final el punto exacto donde sufrió un infarto mi abuelo materno, que murió en sus brazos. Aquel día fatídico mi tío le esperaba en el coche mientras mi abuelo iba  a arreglar unos papeles para la jubilación. Cuando salió de la oficina de la Seguridad Social muy contrariado, al llegar al coche, se desplomó de un infarto fulminante. Yo desconocía el epílogo de la triste historia: aquel disgusto que le causó la muerta, no tuvo ninguna razón de ser: sus papeles para la jubilación estaban en regla. Fue un error del estúpido  funcionario que le atendió de malas maneras diciéndole que los papeles no existían y no podría cobrar la pensión.

Tanto mi hija como yo hemos notado durante este viaje que mis padres y mis abuelos estaban presentes: en cada carcajada de mis tías, en cada anécdota de ellos que nos explicaban, en cada rincón de la casa, en las calles del pueblo donde jugaban, en los campos de encinas donde enviaron al niño que era mi padre a cuidar cerdos... Hemos descubierto la carretilla con la que mi abuela paterna repartía leche por las casas, expuesta en una plaza del pueblo como si fuera una pieza de museo. Hemos cenado en el bar que una vez fue del bisabuelo, y que todavía existe como tal, moderno y con fotografías de otras épocas. Mientras estábamos allí, puedo asegurar que escuché cómo unas niñas, sus nietas,  jugaban en el columpio del desván hace muchos años.

Sí: Villanueva de Córdoba es un pueblo precioso que nos ha acogido maravillosamente. Al subir al tren de vuelta a Girona, en el andén de la estación solitaria del AVE, mi tía me dio una bolsa llena de bollos calientes para el viaje. Toda la vida comiendo bollos y nunca los había podido saborear  recien hechos, tiernos. Cuando era pequeña comprábamos muchas cajas de bollos  y llegaban a Cataluña duros, aunque perfectos para mojar con la leche o tostarlos. Aquel sabor y textura eran nuevos para mí. Decidí, mientras mi hija y yo los devorábamos allí mismo,  rodeadas de olivos y encinas, en espera del tren AVE, que aquel sería el sabor del pueblo que se llevaría mi hija incrustado en su cerebro.
 



* Esta és una version en castellano de la entrada con el mismo titulo en "Lilladelesbos.blogspot". Allí he incluído los nombres originales de las comidas en andaluz, para conservar el sabor de los platos. Nota de la traductora.

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