Según el comisario de la Exposición en Madrid “Un mundo dividido”, que finaliza el próximo domingo, y que conmemora los treinta y cinco años de la caída del Muro de Berlín, solo el 20% de la población mundial vive en países en democráticos.
Al escuchar esta noticia por la televisión, un escalofrío me ha recorrido la columna vertebral, de arriba abajo. No era nada consciente de que éramos tan y tan pocos. Casi que nos conocemos todos!
Intenté confirmar este dato por internet. En realidad no tendría que haber buscado nada por internet. No os lo aconsejo.
Descubrí, en primer lugar, que el concepto de “democracia” es complejo. Ya estamos! Winston Churchill la definió y se quedó tan a gusto : “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los otros que se han inventado”.
Según las diferentes páginas de internet que he visitado, el porcentaje de calidad de la democracia fluctúa en función de los baremos utilizados por el organismo o entidad que realiza los informes o estudios. Hay diferentes grados de democracia, desde “democracia plena” a "democracia defectuosa”, por ejemplo.
El escalofrío inicial se fue transformando en terror, a medida que buceaba en la red. Los datos son extremadamente alarmantes. Todos los estudios que he encontrado coinciden en que este porcentaje, en los últimos diez años, se ha ido reduciendo. Solo me faltaba leer esto! O sea, que me encuentro exactamente en la misma situación que el lince ibérico, en peligro de extinción. Y lo que es peor: él no lo sabe pero yo sí.
Cada año que pasa, los poderosos pellizcan un porcentaje del 20%, ya sea a través de un golpe de estado, o celebrando unas elecciones manipuladas sin garantías. Otras veces, simplemente un país es ocupado por otro que es antidemocrático. O, como ha sucedido en los Estados Unidos, un grupo de personas de extrema derecha gana las elecciones, votando en democracia.
He descubierto el informe 2024 del Instituto Varietys of Democracy ( V-Dem) de la Universidad de Gotemburgo sobre la evolución de la democracia en el mundo. He estudiado con detalle el mapamundi de colores de la página número 9. La parte de población del globo terráqueo que vive en los países de regímenes democráticos, de color azul, en sus diferentes tonalidades, es ínfima, desde el azul marino, donde se encuentran los países nórdicos, hasta el azul claro, donde supuestamente la calidad democrática es menor. Los países escandinavos (Finlandia, Suecia, Noruega, Islandia y Dinamarca) se han convertido en el pueblo de Asterix y Obélix en la Galia, que resiste la invasión de los romanos.
España no destaca para ser azul marino precisamente, sino azul clarito. No me extraña. Justamente ayer, en la inauguración de una exposición en Girona, un amigo que actualmente es Senador en Madrid de un partido independentista, me confesó que durante los días posteriores al 1 de octubre de 2017 descubrió que tenía el teléfono hackeado con una serie de mensajes extraños y comprometidos, que él no había escrito. Alguien había entrado a su móvil usurpando su identidad (y tal como hemos visto de lo que son capaces los servicios secretos israelíes con Hamás no me extraña nada). Me lo explicó en clave de humor. Pero con esto queda claro que España se ha ganado a pulso el color azul claro, y no el azul marino de Suecia. España pierde siempre ante Suecia, y no solo en Eurovisión.
Me imagino al trío calavera, Trump, Zuckerberg y Musk, en la reunión de Mar-a-Lago jugando al golf. Examinan el mapamundi del Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo, tal como he hecho yo, mientras se toman una copa en Club, al final del partido ( para los que no jugáis a golf os diré que quien pierde la partida paga la copa). Solo les interesa el color azul. Los otros colores del mapa ya están cogidos. Y entre copa y copa, deciden qué parte le toca a cada uno. Están convencidos, y no van desencaminados, que son Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt, en la Conferencia de Yalta de 1945, cuando se repartían el mundo después de la Segunda Guerra Mundial (ya estamos otra vez con la Segunda Guerra Mundial, dirá algún parado lector).
Trump se pide Groenlandia y Panamá. A Elon Musk le ha tocado Europa. En las noticias que he leído últimamente parece que se plantea dar impulso a la ultraderecha europea. A través de las redes sociales y otros sistemas, que con millones se pueden hacer muchas cosas, intoxicarán a la población ( cosa que es fácil, ya que estamos predispuestos) y no tardaremos en ver que la ultraderecha llega al poder en muchos países.
Nuestro partido ultraderechista de cabecera, Vox, admite haber recibido 9,2 millones de euros de un banco húngaro próximo al Presidente Orbán. En Cataluña Junts rechaza votar siempre en contra de Alianza Catalana como piden los impulsores de cordón sanitario (no soy impulsora, pero lo apoyo). El lobo ya ha puesto la patita en la casa de los tres cerditos.
Todas estas informaciones, llamadme paranoica, denotan una estrategia mundial en toda regla para conseguir que el 20% del color azul del mapa se convierta en rojo. Todas las organizaciones ultraderechistas y antidemocráticas observan el mapa ( y a ti, desocupado lector, y a mi ) y unen sus esfuerzos para acabar con el color azul. Qué podemos hacer nosotros, pobres ciudadanos de países democráticos? La sensación que tengo al ver las noticias de lo que está preocupando a nuestros políticos, de mails filtrados, de celebraciones de los cincuenta años de Franco, etc, es de que estamos perdidos y abandonados a nuestra suerte. Nuestros políticos no se dan cuenta de la llegada de los Caminantes Blancos de Juego de Tronos. Y nosotros, ya nos los encontraremos.
Y Europa? Europa parece que no está ni se la espera. Las noticias que nos llegan no son muy positivas. Precisamente este último año he visitado dos capitales centroeuropeas, Cracovia y Budapest, y la impresión que me llevo, es que los europeos nos estamos dedicando a vivir la “dolce vita” sin ser del todo conscientes de lo que nos viene encima. Un poco como París justo antes de la invasión alemana del año 1940 ( ya estamos otra vez con la Segunda Guerra Mundial!) Los franceses llenaban los teatros, los restaurantes, las salas de fiestas, felices, convencidos que el ejército francés vencería al alemán, como en la Primera Guerra Mundial. Pero la realidad fue desastrosa: en treinta días los alemanes paseaban por debajo la Torre Eiffel.
Mientras tanto, he encontrado un nuevo pasatiempo: ver, como si de “infobolsa” se tratara, cómo evoluciona el mapamundi del Instituto V-Dem que tristemente he descubierto para escribir la primera entrada del blog de 2025. Quiero comprobar alegremente y sin complejos cómo va cambiando de color.